Ética y literatura: una propuesta teórica
El estudio de las relaciones entre ética y literatura, si bien se ha cultivado y difundido con una cierta profusión en el ámbito europeo y estadounidense, resulta tradicionalmente marginal en Italia. Como confirmación indirecta de ello, basta considerar las corrientes crítico-literarias predominantes en este país a lo largo del siglo pasado, el idealismo de Croce y el estructuralismo. Es notorio que para Croce la poesía es una forma de conocimiento de carácter intuitivo, que actúa a través de imágenes, y, como tal, pertenece al ámbito teorético y es ajena a la esfera práctica: la de la ética y de la economía. Croce excluye de la “poesía” las obras que se proponen finalidades morales o educativas, incluyéndolas en la “literatura”, actividad respetable pero carente de auténtico significado artístico. Más adelante, también por reacción al idealismo crociano y a su hegemonía literaria en la primera mitad del siglo, se difundieron en Italia corrientes críticas de base formalista, asociadas a modelos estructuralistas. Atentos a la composición formal de las obras, al juego de los significantes y al entramado lingüístico de los textos, los críticos estructuralistas generalmente desatendieron las cuestiones pertenecientes al contenido, que son a las que se remite, acertadamente o no, la ética de la literatura tradicional.
A primera vista, es difícil negar que este escaso interés por las relaciones entre ética y literatura tenga sus buenos motivos, sobre todo si se piensa en cómo se ha afrontado tradicionalmente la cuestión ético-literaria. Efectivamente, la actitud estándar es de tipo educativo, y consiste en buscar en la obra valores morales explícitos, mensajes inmediatos y modelos de comportamiento positivo (o, si son negativos, presentados claramente como tales, de manera que los lectores se disuadan de imitarlos). Este enfoque tradicional presenta sustancialmente tres límites: a) tiende, en mayor o menor medida, a instrumentalizar el texto literario, que deja de constituir un fin en sí mismo y se utiliza para objetivos externos; b) muestra una implícita desconfianza respecto a la literatura, que es objeto de una estrecha guardia y vigilancia, en lugar de desarrollar sus funciones en libertad; c) a menudo se resuelve en violencia para con el texto, especialmente cuando se intenta encontrar en el mismo, de manera forzada, mensajes éticos que de hecho no están presentes o se le rechaza con desdén porque no contiene las indicaciones deseadas.
No es muy fácil liberarse de este horizonte ético-literario tradicional, en primer lugar por razones histórico-culturales. Este enfoque ceñido sustancialmente al contenido corresponde, de hecho, a una tradición muy antigua, que se remonta a Platón y a Aristóteles y que ha caracterizado la cultura europea hasta el siglo XIX, época en la que se ha empezado a afirmar una concepción opuesta y típicamente moderna: la de la autonomía de la literatura. Como es sabido, esto ha ocurrido en la disciplina filosófica, entre la Crítica del Juicio de Kant y la Estética de Hegel, y en el ámbito literario, cuando los escritores empezaron a reivindicar la propia libertad respecto a la moral social dominante. De hecho, la autonomía de la literatura se afirmó, sobre todo, como autonomía respecto a la ética; si se quiere señalar una fecha crucial en este sentido, se puede indicar 1857, año de los grandes procesos contra Madame Bovary y Las Flores del Mal. En segundo lugar, otro motivo que hace difícil liberarse de la concepción ético-literaria tradicional es que ha conformado el horizonte a través del que se entra en contacto con la literatura en ámbito escolar. Efectivamente, ya desde los primeros años de escolarización, a los niños se les invita a leer los textos para sacar enseñanzas explícitas y directas; y a continuación, cuando se pasa a estudiar la historia de la literatura, se parte precisamente de los inicios, es decir, de la concepción ético-contenutística tradicional, y solo mucho después se llega a alcanzar la autonomía moderna.
En consecuencia, no sorprende que la concepción tradicional, aunque de forma mediata, se mantenga como telón de fondo histórico de muchas reflexiones actuales sobre las relaciones entre ética y literatura, y que se mantenga como horizonte de hecho de muchas lecturas “ingenuas” de los textos literarios. En especial, en Estados Unidos, contexto que no se puede superponer al europeo de manera inmediata, esta perspectiva tradicional constituye el armazón del denominado ethical criticism, una corriente bastante consolidada que, sin embargo, corre el riesgo de llevar al exceso los problemas ínsitos en el enfoque convencional. En efecto, con frecuencia todo ello se resuelve en un examen polémico-contenutístico de los lugares en los que las obras literarias, a menudo escritas en épocas lejanas, aparecen deformes respecto a la ética que actualmente compartimos. En este sentido, por ejemplo, se critican las novelas de Jane Austen por el papel socialmente subordinado que en ellas se les reconoce a las mujeres, se lee Corazón de las tinieblas de Conrad como testimonio censurable del orientalismo europeo y de sus prejuicios sobre África, y se rechaza En busca del tiempo perdido de Proust como testimonio de egocentrismo y de solipsismo afectivo. Dicho moralismo contenutístico, con su enfoque actualizador, corre el riesgo de perder por el camino lo que de verdad es significativo en la relación con un texto literario, sin por ello obtener grandes ventajas a cambio.
El hecho es que una ética de la literatura realmente practicable hoy en día debería concebirse respetando el principio de la autonomía. En otros términos, dicha ética deberá mirar el modo de obrar del texto y no sus contenidos directos; es decir, para usar una distinción presente ya en Platón, deberá referirse a “cómo” se dispone y se expresa la obra literaria y no a “qué” dice. En este sentido, se pueden sugerir tres núcleos centrales de una posible ética literaria. El primero está representado por el conocimiento, o sea, por el hecho de que la literatura es una forma de conocimiento e interpretación del mundo connotada afectivamente, o bien caracterizada por una específica participación e identificación del lector con lo descrito. El segundo núcleo central está constituido por la pietas, es decir, por la atención compasiva con la que el texto literario conserva en la memoria del lector lo que de otra manera se perdería, a través de una lógica opuesta a la de la economía de consumo. El tercer núcleo central está constituido por la orientación, que actúa en dos sentidos. La obra, en primer lugar, orienta al lector gracias a los conocimientos que transmite, en una cartografía que distingue y señala significados destellantes y puntiformes, no sistematizables en un esquema de pensamiento. En segundo lugar, la obra orienta al lector tardo-moderno proponiéndose a sí misma como modelo, en cuanto es una forma de conocimiento marcada por la pietas y, en consecuencia, caracterizada por la atención, por el respeto y por el cuidado preservador.
Una ética de la literatura, como la que acabamos de presentar en síntesis, precisamente porque presupone y respeta la autonomía de la obra, parece sustraerse bastante bien de los límites de la concepción tradicional. Sin embargo, sobre todo es un modo para confirmar de nuevo el significado de la experiencia literaria incluso en una época como la nuestra, que parece querer prescindir de ella. De hecho, no se puede negar que las sociedades tardo-modernas estén dominadas por lo que Heidegger llama pensamiento calculador o Habermas, racionalidad instrumental (por esa relación con el mundo que ya Schiller, al final del siglo XVIII, criticaba como «raciocinio tabular»); en definitiva, están dominadas por la creciente aplicación de la racionalidad económica a todos los aspectos de la existencia. Si esto es verdad, la literatura, en cuanto forma de conocimiento partícipe, piadosa y preservadora, y en cuanto forma de orientación del lector hacia estos valores, se propone concretamente, aunque sosegadamente, como modelo de experiencia alternativo a los vigentes, ayudando a refrenar la invasión de la lógica técnico-económica.
Para mayor detalle:
Pino Menzio, Da Baudelaire al limite estetico. Etica e letteratura nella riflessione francese, Libreria Stampatori, Torino 2008.
Pino Menzio, Nel darsi della pagina. Un’etica della scrittura letteraria, Libreria Stampatori, Torino 2010.